Este verano estuvimos en Praga, la capital de la República Checa, una ciudad con un casco histórico digno de saborear, de un puente Carlos espectacular tanto de día como de noche, con artistas que venden su arte y cantantes que desprenden ese aire bohemio de este de Europa tan especial (que tanto nos gusta).
Nada más llegar, dimos un paseo en barco por el río Moldava. Hay paseos a todas horas y de todos los tipos. Es una buena opción para hacerte una idea de la ciudad, y lo recomiendo 100%.
La ciudad se divide en distritos. Uno de los que primero visitamos, fue el barrio Josefov, el barrio judío. En él se pueden ver las seis sinagogas judías: Alta, Española(sin duda, la más bonita de todas), Klausen, Maisel, Pinkas y Vieja-Nueva, y el cementerio judío (una de las cosas que más me impresiono de toda Praga).
El centro histórico, staré mêstro, donde se encuentra la plaza de la Ciudad Vieja, una de las preferidas por los turistas, y donde vayas cuando vayas siempre encontrarás gente. En esa plaza también podemos encontrar el reloj astronómico, uno de los monumentos claves de la ciudad.
Otra de las zonas más importantes es Nové Mêsto, conocida también como la ciudad nueva de Praga. En ella podemos encontrar la plaza de Wenceslao, clave en la caída del comunismo, el museo nacional, el teatro nacional,…
El castillo de Praga, el puente de San Carlos y la catedral de San Vito, las visitas más importantes de la ciudad. Impresionantes. Solo diré que la torre más alta de la catedral, de la fotografías que veréis a continuación, mide 99 metros.
En definitiva, es una de esas ciudades que merece visitar, y de las que podrías pasar horas y horas hablando. Hay muchas más cosas que contar, como el Monte Petrin, o el viaje a Karlovy Vary, pero eso lo dejamos para otro post. Para acabar, os dejo con uno de mis momentos favoritos del viaje, un atardecer impresionante, tu mano que no me suelta nunca, y una noche increíble por delante.